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Nuestra sorpresa ha sido grande cuando en uno de los espacios que interactuamos en la web encontramos una pregunta haciendo referencia al nivel de dominio que tenemos del lenguaje. Con relación a “tal dominio del idioma” he respondido que es un ocho, al tiempo de expresar muchas reservas al respecto.

SOBRE LOS NIVELES DEL LENGUAJE Y EL DOMINICANO

Manelix de León, periodista dominicano.  |  13 de mayo de 2019 (20:20 h.)

leer



Vivimos en un entorno social y cultural donde el buen hablar y el bien escribir no es una exigencia estricta exigida al individuo. Hemos perdido la capacidad de asombrarnos al encontrar textos de una calidad muy cuestionable por las redes sociales. Nos topamos con escritos que al leerlos nos causan un efecto cuasi idiotizante.

Según nos adentramos en ese nivel deficiente del dominicano promedio al comunicarse, con su licencia “para hablar a su manera, escribir como quiera, y comunicarse como le plazca”, es que nos damos cuenta de lo grave del problema. Nos encontramos con un conglomerado semi-analfabeta que con solo decenas de palabras lo dicen todo, lo interpretan todo… y espeluznantemente extraño: lo piensan todo. Nos comunicamos con gente que con el tiempo han construido una jerga que contiene extrañas variantes de sociolectos no propios del idioma de Cervantes, y peor aún…de ningún otro idioma conocido.

En el tiempo en que fuimos simples “talvez no tan simples” estudiantes de liceo, nuestro gran  placer, era pertenecer a un círculo de lectura, a un grupo cultural o a cualquier grupo donde la poesía, la prosa y el buen decir florecían en cada tarde de tertulia. Hacerse acompañar de un buen libro o en su defecto de “cualquier libro” era la lógica del día a día. Fuera de ahí, todo era extraño, ajeno e incompatible con la visión a futuro del joven que encontraba en los libros su gran aliado.

Muchos jóvenes de esta época dirán que “ya la cosa no es como antes” y que esa avidez en la lectura no es necesaria, pues el conocimiento se encuentra flotando en el aire y lo podemos adquirir como mercancía que se toma de cualquier estantería web. Tamaño dislate e incomprensión del fenómeno llamado adquisición de saberes a través de la lectura. Es un error descartar de plano un instrumento que nos permite construir y fijar conocimientos.

Leer nos hace más críticos, más contestatarios, menos borregos y por lo tanto, seres humanos abiertamente contrarios a la manipulación. Ciudadanos con capacidad de manejo en el debate y la concertación social. Leer es vivir vidas, es compartir experiencias pasadas y evitar experiencias nefastas que ya han sido recreadas en cada libro por el talento e ingenio del buen escritor.  Leer empodera y fomenta ciudadanos de primera.

Solo cuando cumplimos con ese ritual de imbuirnos en vidas ajenas y experiencias pasadas a través de la lectura, podemos fijar palabras en nuestro imaginario, aumentar nuestro acervo cultural y sumar nuevos valores a la herencia cultural. Al ser conocedores de nuevos vocablos se amplifican los sentidos y se desarrolla nuestro cerebro.

El Sistema Educativo Dominicano no induce, no incentiva a la lectura crítica, abierta y multiplicadora, pero mucho menos aplica en sus currículos las técnicas y abordajes didácticos apropiados para incentivar esa lectura en los jóvenes que se inician en esta práctica. Por otro lado hemos dejado de lado la lectura comprensiva “La lectura comprensiva es una metodología que implica saber leer, pensar e identificar las ideas principales, entendiendo lo que se dice sobre el texto y  analizando de forma activa y crítica su contenido”. Este tipo de lectura abría debates y nos permitía cuestionarlo todo, desfasarlo todo y aprobar o desaprobarlo todo. Que magníficos tiempos aquellos…!!!

Concluyendo con los atrevidos parámetros de mi amigo de la web (del “cero al diez, donde cero es pésimo y diez es lo óptimo”), solo me resta decir que podemos darle un cuatro a la  generalidad. Aquí los niveles del lenguaje propios del dominicano promedio anda entre el nivel popular y coloquial, donde la excepción es el nivel culto, que es una condición muy reservada a clases sociales altas y medias, donde el compromiso de leer con criterio es una necesidad para la supervivencia misma de esa clase intelectual llamada a perpetuar la cultura.

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